Una de las funciones más importantes del lenguaje es la
comunicación. En el texto escrito, al igual que en la comunicación oral, es
fundamental tener claridad respecto a cuál
es la finalidad de nuestro discurso. De acuerdo a esa finalidad debemos
organizar lo que decimos, y sobre todo cómo
decimos lo que decimos, sin olvidar a
quién va dirigido, y dónde (a través
de qué canal) y en qué contexto lo enviamos.
Si mi texto es informativo,
mi lenguaje debe ser claro, directo, organizado, para que mi mensaje cumpla su
función. Evito divagar, ponerme muy anecdótico.
Ahora, si mi texto es emotivo,
es decir, busco tocar el mundo subjetivo de quien va a recibir el mensaje,
mover sus emociones, hacerlo “sentir” de una determinada manera; mi lenguaje,
las palabras que usaré, irán de acuerdo al sentimiento que quiero generar. Un
lenguaje agresivo no genera ternura o compasión, la genera un lenguaje
afectuoso o empático. ¿Verdad?
Si quiero mover a la acción, o que una acción se detenga, lo más indicado sería un texto apelativo, vale decir, centrado en el
receptor, que utilice palabras persuasivas, que le indiquen que obtendrá algún
beneficio, o incluso palabras imperativas, que le indiquen la necesidad urgente
de la acción o las consecuencias negativas de no realizarla. La publicidad, por
ejemplo, sería un discurso apelativo persuasivo; el ruego o la orden de mando
superior serían discursos apelativos imperativos, en tanto se vinculan a un
deber moral o de otro orden.
Mientras que, un texto poético,
tiene una finalidad estética, expresiva, entonces nos pide un lenguaje
figurado, que apela a nuestra noción de belleza, a nuestra capacidad de
imaginar, aunque también a nuestros sentimientos, como lo hace el texto
emotivo, diferenciándose de este, en que en el poético, al tener una finalidad
artística, hacemos un uso más cuidoso, un uso literario del lenguaje.
Hay textos que sencillamente buscan iniciar o mantener la
comunicación, son los textos fáticos. Por
ejemplo, cuando un orador pregunta al público: “―bienvenidos, ¿cómo se
sienten?”; o cuando hablamos por teléfono y decimos: -¿Me escuchas?¿Me entiendes?
De igual modo ocurre con los
géneros discursivos literarios. Si predomina el relato de acciones, estamos
ante un texto narrativo. Pero si el texto es descriptivo y su autor expresa
emociones o sentimientos, estamos ante un texto lírico-poético. Mientras que si
predominan la exposición de ideas y la argumentación el texto es ensayístico.
En el ensayo pueden contarse también anécdotas o expresarse en un momento dado
sentimientos, pero está centrado en argumentar una o varias ideas. En el
discurso teatral, que está escrito para ser representado, también podemos
encontrar ideas o anécdotas, pero los encontraremos en forma de diálogo.
Nuestro texto, o nuestro discurso, si vamos a leerlo, debemos
organizarlo de acuerdo a nuestra intención, el efecto que queremos generar en nuestro receptor. ¿Queremos
hacerlo reflexionar?¿Queremos hacerlo reír?¿Queremos hacerlo llorar?¿Queremos
que cambie una determinada conducta?¿Queremos solamente entretenerlo contándole
una historia?¿Queremos conmoverlo?¿Queremos que nos compre algo?